FAMILIA Y VIDA. LA FAMILIA SE FUNDA EN EL MATRIMONIO

FAMILIA Y VIDA. 

LA FAMILIA se funda en el matrimonio



A través de un acto de amor libre y fiel, los esposos cristianos testimonian que el matrimonio, en cuanto sacramento, es la base sobre la que se funda la familia y hace más sólida la unión de los cónyuges y su donación recíproca. Y a la vez cuanta más solida es la unión entre los esposos, más fuerte es la comunidad de vida que forma la familia.

El matrimonio sacramental se convierte en cauce por el que los cónyuges reciben la acción santificadora de Cristo, no solo individualmente como bautizados, sino por la participación de la unidad de los dos en la Nueva Alianza con que Cristo se ha unido a la Iglesia. Significa, que esa unión de los esposos con Cristo no es una circunstancia más de la vida, sino se da a través de la eficacia sacramental, santificadora, de la misma realidad matrimonial. Dios sale al encuentro de los esposos, y permanece con ellos como garante de su amor conyugal y de la eficacia de su unión para hacer presente entre los hombres Su Amor. Este Amor, es obvio, que se hará más presente con aquellos con los que se comparte más tiempo y viven en el mismo hogar.

El sacramento no es principalmente la boda, sino el matrimonio, es decir, la "unión entre los esposos", que es "signo permanente", por su unidad indisoluble, de la unión de Cristo con su Iglesia. De ahí que la gracia del sacramento acompañe a los cónyuges a lo largo de su existencia.

En el matrimonio, la persona se descubre a sí misma, se auto-comprende en relación con los demás y en relación con el amor que es capaz de recibir y de dar. Los cónyuges dejan de ser dueños exclusivos de sí en los aspectos conyugales, y pasan a pertenecer cada uno al otro tanto como a sí mismos. Uno se debe al otro: no sólo están casados, sino que son esposos. Su identidad personal ha quedado modificada por la relación con el otro, que los vincula "hasta que la muerte los separe". El amor esponsal y familiar revela también claramente la vocación de la persona a amar de modo único y para siempre, y que las pruebas, los sacrificios y las crisis de la pareja como de la propia familia representan pasos para crecer en el bien, en la verdad y en la belleza.

Las crisis, no son para que los esposos utilicen la libertad respecto a la posibilidad de ser o no ser esposos, ese discernimiento se debe dar en el noviazgo, sino a la de procurar vivir conforme a la verdad de lo que son.

En el matrimonio la donación es completa, sin cálculos ni reservas, compartiendo todo, dones y renuncias, confiando en la Providencia de Dios. El problema es el rechazo de Dios en la vida conyugal y prioridad del individuo, muchas veces dada solo en uno de dos, pero en la que ya no hay unión y por lo tanto no hay sacramento.

Cuando la donación entre los esposos no es completa, los primeros perjudicados son los hijos, aunque el amor y dedicación que reciban los hijos sean inmensos, habrá pequeñas carencias y sufrimientos siempre presentes. La mejor manera de amar a los hijos y hacer que éstos sean felices es amar al cónyuge y cuidar al máximo la relación en el matrimonio.


El testimonio de los padres y abuelos sobre los jóvenes puede ser el mejor cursillo prematrimonial, y catequesis a jóvenes novio. Es la mejor experiencia que los jóvenes pueden aprender, porque la santidad supone donarse con fidelidad y sacrificio cada día de la vida. Pero hay problemas en el matrimonio. Siempre distintos puntos de vistas, celos, se pelea. Pero hay que decir a los jóvenes esposos que jamás acaben la jornada sin hacer las paces entre ellos. El Sacramento del matrimonio se renueva en este acto de paz y perdón tras una discusión, un malentendido, unos celos escondidos, también un pecado. Hacer la paz que da unidad a la familia; y esto decirlo a los jóvenes, a las jóvenes parejas, que no es fácil ir por este camino, pero es muy bello este camino, muy bello.