ESCUELA DE LA FE.
TEMA 2. EL CREDO. EL SÍMBOLO DE LA FE
¿Dónde hallamos la fórmula esencial de la fe? ¿Dónde encontramos
las verdades que nos han sido fielmente transmitidas y que constituyen la luz
para nuestra vida cotidiana?
Estas cuestiones terminábamos de plantemos en la anterior sesión
de la Escuela de la Fe. Las trabajaremos en la catequesis de hoy.
La respuesta es sencilla: en el Credo, en la Profesión de fe o
Símbolo de la fe nos enlazamos al acontecimiento originario de la Persona y de
la historia de Jesús de Nazaret; se hace concreto lo que el Apóstol de los
gentiles decía a los cristianos de Corinto: «Os transmití en primer lugar lo
que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las
Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día» (1 Co 15,
3.4).
También hoy necesitamos que el Credo sea mejor conocido,
comprendido y orado. Sobre todo es importante que el Credo sea, por así
decirlo, «reconocido». Conocer, de hecho, podría ser una operación solamente
intelectual, mientras que «reconocer» quiere significar la necesidad de descubrir
el vínculo profundo entre las verdades que profesamos en el Credo y nuestra
existencia cotidiana a fin de que estas verdades sean verdadera y concretamente
—como siempre lo han sido— luz para los pasos de nuestro vivir, agua que rocía
las sequedades de nuestro camino, vida que vence ciertos desiertos de la vida
contemporánea. En el Credo se injerta la vida moral del cristiano, que en él
encuentra su fundamento y su justificación.
No es casualidad que el beato Juan Pablo II quisiera que el Catecismo de la Iglesia católica,
norma segura para la enseñanza de la fe y fuente cierta para una catequesis
renovada, se asentara sobre el Credo. Se trató de confirmar y custodiar este
núcleo central de las verdades de la fe, expresándolo en un lenguaje más
inteligible a los hombres de nuestro tiempo, a nosotros. Es un deber de la
Iglesia transmitir la fe, comunicar el Evangelio, para que las verdades
cristianas sean luz en las nuevas transformaciones culturales, y los cristianos
sean capaces de dar razón de la esperanza que tienen (cf. 1 P 3,
15). Vivimos hoy en una sociedad profundamente cambiada, también respecto a un
pasado reciente, y en continuo movimiento. Los procesos de la secularización y
de una difundida mentalidad nihilista, en la que todo es relativo, han marcado
fuertemente la mentalidad común. Así, a menudo la vida se vive con ligereza,
sin ideales claros y esperanzas sólidas, dentro de vínculos sociales y
familiares líquidos, provisionales. Sobre todo no se educa a las nuevas
generaciones en la búsqueda de la verdad y del sentido profundo de la
existencia que supere lo contingente, en la estabilidad de los afectos, en la
confianza. Al contrario: el relativismo lleva a no tener puntos firmes;
sospecha y volubilidad provocan rupturas en las relaciones humanas, mientras
que la vida se vive en el marco de experimentos que duran poco, sin asunción de
responsabilidades. Así como el individualismo y el relativismo parecen dominar
el ánimo de muchos contemporáneos, no se puede decir que los creyentes
permanezcan del todo inmunes a estos peligros que afrontamos en la transmisión
de la fe. Algunos creyentes evidencian (o evidenciamos, cuidado, podemos
pertenecer a este grupo) una fe vivida de modo pasivo y privado, el rechazo de
la educación en la fe, la fractura entre vida y fe.
Frecuentemente el cristiano ni siquiera conoce el núcleo central
de la propia fe católica, del Credo, de forma que deja espacio a un cierto
sincretismo y relativismo religioso, sin claridad sobre las verdades que creer
y sobre la singularidad salvífica del cristianismo. Actualmente no es tan
remoto el peligro de construirse, por así decirlo, una religión auto-fabricada.
En cambio, debemos volver a Dios, al Dios de Jesucristo; debemos redescubrir el
mensaje del Evangelio, hacerlo entrar de forma más profunda en nuestras
conciencias y en la vida cotidiana.
En estas catequesis de la escuela de la Fe, desearía,(con la
ayuda de estos textos de Benedicto XVI) ofrecer una ayuda para realizar este
camino, para retomar y profundizar en las verdades centrales de la fe acerca de
Dios, del hombre, de la Iglesia, de toda la realidad social y cósmica,
meditando y reflexionando en las afirmaciones del Credo. Y desearía que quedara
claro que estos contenidos o verdades de la fe (fides quae) se vinculan
directamente a nuestra cotidianeidad; piden una conversión de la existencia,
que da vida a un nuevo modo de creer en Dios (fides qua). Conocer a Dios,
encontrarle, profundizar en los rasgos de su rostro, pone en juego nuestra vida
porque Él entra en los dinamismos profundos del ser humano.
Que el camino que realizaremos pueda hacernos crecer a todos en la
fe y en el amor a Cristo a fin de que aprendamos a vivir, en las elecciones y
en las acciones cotidianas, la vida buena y bella del Evangelio. Gracias.