NOTICIAS FRANCISCANOS AB. LA PARROQUIA SAN FRANCISCO DE ASÍS LES DESEA UN FELIZ AÑO 2019

NOTICIAS FRANCISCANOS ab. 

la parroquia san francisco de asís les desea un FELIZ y SANTO AÑO 2019


En el año 2019, es muy posible que la pastoral de medios de redes sociales no pueda llevar a cabo un mantenimiento continuo de la página web y llevar a cabo todo el proyecto web que llevaba en curso por falta de recursos de equipo.

Pero siempre puede consultar la subpágina de homilías, con todas los links para escuchar las homilía del párroco P. José Arenas que estará actualizada. Y consultar la página de la COMUNIDAD PARROQUIAL por si estás interesado en informarte de todos los grupos parroquiales o fraternidades que formamos esta gran familia de la parroquia.

HOMILÍAS ->
http://ppfranciscanosab.blogspot.com/p/blog-page_12.html

COMUNIDAD PARROQUIAL ->
http://ppfranciscanosab.blogspot.com/p/comunidad-parroquial_3.html

Por supuesto siempre le vamos aconsejar que esté al día con la página web de la provincia franciscana de la Inmaculada Concepción de España.  -> 
https://www.franciscans.cat/

Paz y Bien

HOMILÍA P. JOSÉ ARENAS. DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA. 30-12-2018.

HOMILÍA P. JOSÉ ARENAS. DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA. 30-12-2018.

Domingo de la Sagrada Familia. 30-12-2018. Evangelio según san Lucas (2,41-52).
Paz y Bien

HOMILÍA P. JOSÉ ARENAS. FESTIVIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR. 25-12-2018.

HOMILÍA P. JOSÉ ARENAS. FESTIVIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR. 25-12-2018.

Festividad de la Natividad del Señor. 23-12-2018. Evangelio según san Juan (1,1-18)
Paz y Bien

HOMILÍA P. JOSÉ ARENAS. DOMINGO 4º DE ADVIENTO. 23-12-2018.

HOMILÍA P. JOSÉ ARENAS. DOMINGO 4º DE ADVIENTO. 23-12-2018.

Domingo 4º de Adviento. 23-12-2018. Evangelio según San Lucas (1,39-45)
Paz y Bien

HOMILÍA P. JOSÉ ARENAS. DOMINGO 3º DE ADVIENTO. 16-12-2018.

HOMILÍA P. JOSÉ ARENAS. DOMINGO 3º DE ADVIENTO. 16-12-2018.


Domingo 3º de Adviento. 16-12-2018. Evangelio según san Lucas (3,10-18)
Paz y Bien

HOMILÍA P. JOSÉ ARENAS. DOMINGO 2º DE ADVIENTO. 09-12-2018.

HOMILÍA P. JOSÉ ARENAS. DOMINGO 2º DE ADVIENTO. 09-12-2018.



url; https://drive.google.com/file/d/1GyNlKfVB0QCQo5wrx9iQlSbPGkrUYvtm/view?usp=sharing

Domingo 2º de Adviento. 09-12-2018.Evangelio según san Lucas (3,1-6)
Paz y Bien

HOMILÍA P. JOSÉ ARENAS. DOMINGO 1º DE ADVIENTO. 02-12-2018.

HOMILÍA P. JOSÉ ARENAS. DOMINGO 1º DE ADVIENTO. 02-12-2018.




Domingo 1º de Adviento. 02-12-2018. Evangelio según san Lucas (21,25-28.34-36)
Paz y Bien

FAMILIA Y VIDA. LA FAMILIA SE FUNDA EN EL MATRIMONIO

FAMILIA Y VIDA. 

LA FAMILIA se funda en el matrimonio



A través de un acto de amor libre y fiel, los esposos cristianos testimonian que el matrimonio, en cuanto sacramento, es la base sobre la que se funda la familia y hace más sólida la unión de los cónyuges y su donación recíproca. Y a la vez cuanta más solida es la unión entre los esposos, más fuerte es la comunidad de vida que forma la familia.

El matrimonio sacramental se convierte en cauce por el que los cónyuges reciben la acción santificadora de Cristo, no solo individualmente como bautizados, sino por la participación de la unidad de los dos en la Nueva Alianza con que Cristo se ha unido a la Iglesia. Significa, que esa unión de los esposos con Cristo no es una circunstancia más de la vida, sino se da a través de la eficacia sacramental, santificadora, de la misma realidad matrimonial. Dios sale al encuentro de los esposos, y permanece con ellos como garante de su amor conyugal y de la eficacia de su unión para hacer presente entre los hombres Su Amor. Este Amor, es obvio, que se hará más presente con aquellos con los que se comparte más tiempo y viven en el mismo hogar.

El sacramento no es principalmente la boda, sino el matrimonio, es decir, la "unión entre los esposos", que es "signo permanente", por su unidad indisoluble, de la unión de Cristo con su Iglesia. De ahí que la gracia del sacramento acompañe a los cónyuges a lo largo de su existencia.

En el matrimonio, la persona se descubre a sí misma, se auto-comprende en relación con los demás y en relación con el amor que es capaz de recibir y de dar. Los cónyuges dejan de ser dueños exclusivos de sí en los aspectos conyugales, y pasan a pertenecer cada uno al otro tanto como a sí mismos. Uno se debe al otro: no sólo están casados, sino que son esposos. Su identidad personal ha quedado modificada por la relación con el otro, que los vincula "hasta que la muerte los separe". El amor esponsal y familiar revela también claramente la vocación de la persona a amar de modo único y para siempre, y que las pruebas, los sacrificios y las crisis de la pareja como de la propia familia representan pasos para crecer en el bien, en la verdad y en la belleza.

Las crisis, no son para que los esposos utilicen la libertad respecto a la posibilidad de ser o no ser esposos, ese discernimiento se debe dar en el noviazgo, sino a la de procurar vivir conforme a la verdad de lo que son.

En el matrimonio la donación es completa, sin cálculos ni reservas, compartiendo todo, dones y renuncias, confiando en la Providencia de Dios. El problema es el rechazo de Dios en la vida conyugal y prioridad del individuo, muchas veces dada solo en uno de dos, pero en la que ya no hay unión y por lo tanto no hay sacramento.

Cuando la donación entre los esposos no es completa, los primeros perjudicados son los hijos, aunque el amor y dedicación que reciban los hijos sean inmensos, habrá pequeñas carencias y sufrimientos siempre presentes. La mejor manera de amar a los hijos y hacer que éstos sean felices es amar al cónyuge y cuidar al máximo la relación en el matrimonio.


El testimonio de los padres y abuelos sobre los jóvenes puede ser el mejor cursillo prematrimonial, y catequesis a jóvenes novio. Es la mejor experiencia que los jóvenes pueden aprender, porque la santidad supone donarse con fidelidad y sacrificio cada día de la vida. Pero hay problemas en el matrimonio. Siempre distintos puntos de vistas, celos, se pelea. Pero hay que decir a los jóvenes esposos que jamás acaben la jornada sin hacer las paces entre ellos. El Sacramento del matrimonio se renueva en este acto de paz y perdón tras una discusión, un malentendido, unos celos escondidos, también un pecado. Hacer la paz que da unidad a la familia; y esto decirlo a los jóvenes, a las jóvenes parejas, que no es fácil ir por este camino, pero es muy bello este camino, muy bello.

ESCUELA DE LA FE. TEMA 2. EL CREDO. EL SÍMBOLO DE LA FE

ESCUELA DE LA FE. 

TEMA 2. EL CREDO. EL SÍMBOLO DE LA FE



¿Dónde hallamos la fórmula esencial de la fe? ¿Dónde encontramos las verdades que nos han sido fielmente transmitidas y que constituyen la luz para nuestra vida cotidiana?
Estas cuestiones terminábamos de plantemos en la anterior sesión de la Escuela de la Fe. Las trabajaremos en la catequesis de hoy.

La respuesta es sencilla: en el Credo, en la Profesión de fe o Símbolo de la fe nos enlazamos al acontecimiento originario de la Persona y de la historia de Jesús de Nazaret; se hace concreto lo que el Apóstol de los gentiles decía a los cristianos de Corinto: «Os transmití en primer lugar lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día» (1 Co 15, 3.4).

También hoy necesitamos que el Credo sea mejor conocido, comprendido y orado. Sobre todo es importante que el Credo sea, por así decirlo, «reconocido». Conocer, de hecho, podría ser una operación solamente intelectual, mientras que «reconocer» quiere significar la necesidad de descubrir el vínculo profundo entre las verdades que profesamos en el Credo y nuestra existencia cotidiana a fin de que estas verdades sean verdadera y concretamente —como siempre lo han sido— luz para los pasos de nuestro vivir, agua que rocía las sequedades de nuestro camino, vida que vence ciertos desiertos de la vida contemporánea. En el Credo se injerta la vida moral del cristiano, que en él encuentra su fundamento y su justificación.

No es casualidad que el beato Juan Pablo II quisiera que el Catecismo de la Iglesia católica, norma segura para la enseñanza de la fe y fuente cierta para una catequesis renovada, se asentara sobre el Credo. Se trató de confirmar y custodiar este núcleo central de las verdades de la fe, expresándolo en un lenguaje más inteligible a los hombres de nuestro tiempo, a nosotros. Es un deber de la Iglesia transmitir la fe, comunicar el Evangelio, para que las verdades cristianas sean luz en las nuevas transformaciones culturales, y los cristianos sean capaces de dar razón de la esperanza que tienen (cf. 1 P 3, 15). Vivimos hoy en una sociedad profundamente cambiada, también respecto a un pasado reciente, y en continuo movimiento. Los procesos de la secularización y de una difundida mentalidad nihilista, en la que todo es relativo, han marcado fuertemente la mentalidad común. Así, a menudo la vida se vive con ligereza, sin ideales claros y esperanzas sólidas, dentro de vínculos sociales y familiares líquidos, provisionales. Sobre todo no se educa a las nuevas generaciones en la búsqueda de la verdad y del sentido profundo de la existencia que supere lo contingente, en la estabilidad de los afectos, en la confianza. Al contrario: el relativismo lleva a no tener puntos firmes; sospecha y volubilidad provocan rupturas en las relaciones humanas, mientras que la vida se vive en el marco de experimentos que duran poco, sin asunción de responsabilidades. Así como el individualismo y el relativismo parecen dominar el ánimo de muchos contemporáneos, no se puede decir que los creyentes permanezcan del todo inmunes a estos peligros que afrontamos en la transmisión de la fe. Algunos creyentes evidencian (o evidenciamos, cuidado, podemos pertenecer a este grupo) una fe vivida de modo pasivo y privado, el rechazo de la educación en la fe, la fractura entre vida y fe.

Frecuentemente el cristiano ni siquiera conoce el núcleo central de la propia fe católica, del Credo, de forma que deja espacio a un cierto sincretismo y relativismo religioso, sin claridad sobre las verdades que creer y sobre la singularidad salvífica del cristianismo. Actualmente no es tan remoto el peligro de construirse, por así decirlo, una religión auto-fabricada. En cambio, debemos volver a Dios, al Dios de Jesucristo; debemos redescubrir el mensaje del Evangelio, hacerlo entrar de forma más profunda en nuestras conciencias y en la vida cotidiana.

En estas catequesis de la escuela de la Fe, desearía,(con la ayuda de estos textos de Benedicto XVI) ofrecer una ayuda para realizar este camino, para retomar y profundizar en las verdades centrales de la fe acerca de Dios, del hombre, de la Iglesia, de toda la realidad social y cósmica, meditando y reflexionando en las afirmaciones del Credo. Y desearía que quedara claro que estos contenidos o verdades de la fe (fides quae) se vinculan directamente a nuestra cotidianeidad; piden una conversión de la existencia, que da vida a un nuevo modo de creer en Dios (fides qua). Conocer a Dios, encontrarle, profundizar en los rasgos de su rostro, pone en juego nuestra vida porque Él entra en los dinamismos profundos del ser humano.

Que el camino que realizaremos pueda hacernos crecer a todos en la fe y en el amor a Cristo a fin de que aprendamos a vivir, en las elecciones y en las acciones cotidianas, la vida buena y bella del Evangelio. Gracias.



CATEQUESIS DEL PAPA. LOS DESEOS MALVADOS DEL CORAZÓN

CATEQUESIS DEL PAPA. 21 NOVIEMBRE 2018

CATEQUESIS SOBRE LOS MANDAMIENTOS. DECIMO MANDAMIENTO
LOS DESEOS MALVADOS DEL CORAZÓN


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Nuestros encuentros sobre el Decálogo nos llevan hoy al último mandamiento. Lo escuchamos al principio. Estas no son solo las últimas palabras del texto, sino mucho más: son el cumplimiento del viaje a través del Decálogo, que llegan al fondo de todo lo que encierra. En efecto, a simple vista, no agregan un nuevo contenido: las palabras «no codiciarás la mujer de tu prójimo [...], ni los bienes de tu prójimo» están al menos latentes en los mandamientos sobre el adulterio y el robo. ¿Cuál es entonces la función de estas palabras? ¿Es un resumen? ¿Es algo más?

Tengamos muy en cuenta que todos los mandamientos tienen la tarea de indicar el límite de la vida, el límite más allá del cual el hombre se destruye y destruye a su prójimo, estropeando su relación con Dios. Si vas más allá, te destruyes, también destruyes la relación con Dios y la relación con los demás. Los mandamientos señalan esto.

Con esta última palabra, se destaca el hecho de que todas las transgresiones surgen de una raíz interna común: los deseos malvados. Todos los pecados nacen de un deseo malvado. Todos. Allí empieza a moverse el corazón, y uno entra en esa onda, y acaba en una transgresión. Pero no en una transgresión formal, legal: en una transgresión que hiere a uno mismo y a los demás.

En el Evangelio, el Señor Jesús dice explícitamente: "Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraudes, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre”."(Mc 7,21-23).

Entendemos así que todo el itinerario del Decálogo no tendría ninguna utilidad si no llegase a tocar este nivel, el corazón del hombre. ¿De dónde nacen todas estas cosas feas? El Decálogo se muestra lúcido y profundo en este aspecto: el punto de llegada –el último mandamiento- de este viaje es el corazón, y si éste, si el corazón, no se libera, el resto sirve de poco.

Este es el reto: liberar el corazón de todas estas cosas malvadas y feas. Los preceptos de Dios pueden reducirse a ser solo la hermosa fachada de una vida que sigue siendo una existencia de esclavos y no de hijos. A menudo, detrás de la máscara farisaica de la sofocante corrección, se esconde algo feo y sin resolver.

En cambio, debemos dejarnos desenmascarar por estos mandatos sobre el deseo, porque nos muestran nuestra pobreza, para llevarnos a una santa humillación. Cada uno de nosotros puede preguntarse: Pero ¿qué deseos feos siento a menudo? ¿La envidia, la codicia, el chismorreo? Todas estas cosas vienen desde dentro. Cada uno puede preguntárselo y le sentará bien. El hombre necesita esta bendita humillación, esa por la que descubre que no puede liberarse por sí mismo, esa por la que clama a Dios para que lo salve. San Pablo lo explica de una manera insuperable, refiriéndose al mandamiento de no desear (cf. Rom 7: 7-24).

Es vano pensar en poder corregirse sin el don del Espíritu Santo. Es vano pensar en purificar nuestro corazón solo con un esfuerzo titánico de nuestra voluntad: eso no es posible. Debemos abrirnos a la relación con Dios, en verdad y en libertad: solo de esta manera nuestras fatigas pueden dar frutos, porque es el Espíritu Santo el que nos lleva adelante.

La tarea de la Ley Bíblica no es la engañar al hombre con que una obediencia literal lo lleve a una salvación amañada y, además, inalcanzable. La tarea de la Ley es llevar al hombre a su verdad, es decir, a su pobreza, que se convierte en apertura auténtica, en apertura personal a la misericordia de Dios, que nos transforma y nos renueva.

Dios es el único capaz de renovar nuestro corazón, a condición de que le abramos el corazón: es la única condición; Él lo hace todo; pero tenemos que abrirle el corazón.

Las últimas palabras del Decálogo educan a todos a reconocerse como mendigos; nos ayudan a enfrentar el desorden de nuestro corazón, para dejar de vivir egoístamente y volvernos pobres de espíritu, auténticos ante la presencia del Padre, dejándonos redimir por el Hijo y enseñar por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el maestro que nos enseña. Somos mendigos, pidamos esta gracia.

"Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt 5, 3). Sí, benditos aquellos que dejan de engañarse creyendo que pueden salvarse de su debilidad sin la misericordia de Dios, que es la sola que puede sanar el corazón. Solo la misericordia del Señor sana el corazón.

Bienaventurados los que reconocen sus malos deseos y con un corazón arrepentido y humilde, no se presentan ante Dios y ante los hombres como justos, sino como pecadores. Es hermoso lo que Pedro le dijo al Señor: “Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador”. Hermosa oración ésta: “Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador”.


Estos son los que saben tener compasión, los que saben tener misericordia de los demás, porque la experimentan en ellos mismos.