ESCUELA DE LA FE.
TEMA 1. LA FE, FUERZA TRANSFORMADORA
¿La fe es verdaderamente la fuerza transformadora en nuestra vida,
en mi vida? ¿O es sólo uno de los elementos que forman parte de la existencia,
sin ser el determinante que la involucra totalmente? ¿Es como la guinda que
solo decora el pastel de mi vida?.
Estás cuestiones y otras reflexionaremos en nuestra ESCUELA DE LA
FE.
Tendríamos que hacer un camino para reforzar o reencontrar la
alegría de la fe, comprendiendo que ésta no es algo ajeno, separado de la vida
concreta, sino que es su alma. La fe en un Dios que es amor, y que se ha hecho
cercano al hombre encarnándose y donándose Él mismo en la cruz para salvarnos y
volver a abrirnos las puertas del Cielo, indica de manera luminosa que sólo en
el amor consiste la plenitud del hombre. Hoy es necesario subrayarlo con
claridad —mientras las transformaciones culturales en curso muestran con
frecuencia tantas formas de barbarie que llegan bajo el signo de «conquistas de
civilización». La fe afirma que no existe verdadera humanidad más que en los
lugares, gestos, tiempos y formas donde el hombre está animado por el amor que
viene de Dios, se expresa como don, se manifiesta en relaciones ricas de amor,
de compasión, de atención y de servicio desinteresado hacia el otro.
Donde existe dominio, posesión, explotación, mercantilización del
otro para el propio egoísmo, donde existe la arrogancia del yo cerrado en sí
mismo, el hombre resulta empobrecido, degradado, desfigurado. La fe cristiana,
operosa en la caridad y fuerte en la esperanza, no limita, sino que humaniza la
vida; más aún, la hace plenamente humana.
La fe es acoger este mensaje transformador en nuestra vida, es
acoger la revelación de Dios, que nos hace conocer quién es Él, cómo actúa,
cuáles son sus proyectos para nosotros. Cierto: el misterio de Dios sigue
siempre más allá de nuestros conceptos y de nuestra razón, de nuestros ritos y
de nuestras oraciones. Con todo, con la revelación es Dios mismo quien se
auto-comunica, se relata, se hace accesible. Y a nosotros se nos hace capaces
de escuchar su Palabra y de recibir su verdad. He aquí entonces la maravilla de
la fe: Dios, en su amor, crea en nosotros —a través de la obra del Espíritu
Santo— las condiciones adecuadas para que podamos reconocer su Palabra. Dios
mismo, en su voluntad de manifestarse, de entrar en contacto con nosotros, de
hacerse presente en nuestra historia, nos hace capaces de escucharle y de
acogerle. San Pablo lo expresa con alegría y reconocimiento así: «Damos gracias
a Dios sin cesar, porque, al recibir la Palabra de Dios, que os predicamos, la
acogisteis no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como Palabra de
Dios que permanece operante en vosotros los creyentes» (1 Ts 2,
13).
Dios se ha revelado con palabras y obras en toda una larga
historia de amistad con el hombre, que culmina en la encarnación del Hijo de
Dios y en su misterio de muerte y resurrección. Dios no sólo se ha revelado en
la historia de un pueblo, no sólo ha hablado por medio de los profetas, sino
que ha traspasado su Cielo para entrar en la tierra de los hombres como hombre,
a fin de que pudiéramos encontrarle y escucharle. Y el anuncio del Evangelio de
la salvación se difundió desde Jerusalén hasta los confines de la tierra. La
Iglesia, nacida del costado de Cristo, se ha hecho portadora de una nueva
esperanza sólida: Jesús de Nazaret, crucificado y resucitado, salvador del
mundo, que está sentado a la derecha del Padre y es el juez de vivos y muertos.
Este es el kerigma, el anuncio central y rompedor de la fe. Pero
desde los inicios se planteó el problema de la «regla de la fe», o sea, de la
fidelidad de los creyentes a la verdad del Evangelio, en la que hay permanecer
firmes; a la verdad salvífica sobre Dios y sobre el hombre que hay que
custodiar y transmitir. San Pablo escribe: «Os está salvando [el Evangelio] si
os mantenéis en la palabra que os anunciamos; de lo contrario, creísteis en
vano» (1 Co 15, 1.2).
Pero ¿dónde hallamos la fórmula esencial de la fe?, continuaremos
la siguiente semana en la Escuela de la Fe…